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Palabras en el cocktail de Conmemoración del 40 aniversario de INTEC 31 de octubre de 2012



Si hoy somos lo que somos, es porque ayer fuimos lo que fuimos.

Nuestro presente ha sido forjado en 40 años de historia, en los que se condensa el esfuerzo de un grupo de personas motivadas por el ideal de aprender, enseñar, descubrir, contribuir y crecer. Personalmente, valoro como un gran honor y un grato privilegio esta singular ocasión de estrechar la mano de muchos a los que esta institución debe tanto y de cuyos esfuerzos y desvelos somos todos humildes herederos.

Este evento no es un acto social dirigido a aparecer en los diarios, sino un espacio sencillo y cálido para el encuentro fraterno de distintas generaciones de intecianos y amigos del INTEC, quienes a lo largo de estas décadas han contribuido con la construcción de lo que hoy somos. La actividad ha sido concebida como un instrumento para la reafirmación de nuestra identidad, reconociendo que cualquier futuro deseable tiene que realizarse a partir de nuestras tradiciones. En tal sentido, quiero dedicar mis breves palabras a una recordación de la forma en que INTEC ha sido visto por algunos de sus principales arquitectos a lo largo del tiempo.

Nuestro primer Rector, Ramon Flores, describió el surgimiento de esta institución con palabras clarividentes, que todavía resuenan en el corazón de la comunidad: “El INTEC surge -nos dice Flores- como un acto de rebeldía contra una estructura universitaria que se hace cada día más rígida e inoperante, y contra una sociedad cuyo progreso es cada día peor repartido y más vacío”. Y continuaba diciendo que INTEC era: “Una esperanza del trabajo creativo, un producto del gobierno, a veces imprudente, de la imaginación, en donde las nuevas ideas no siempre pueden realizarse, pero son discutidas con mente abierta, (y) en donde la innovación es regla del juego y las posibilidades de perfeccionamiento no son cerradas por pequeños intereses”.

Unos años después, en 1977, el Rector Eduardo Latorre describía el tránsito del INTEC a un nuevo estadio de su desarrollo, de la siguiente manera: “Hoy en día el INTEC está como el joven adolescente; ni es niño, ni es hombre. Sus rasgos principales están ya definidos, pero no terminados. La vida entera está por delante, pero para que tenga sentido, hay que vivirla haciéndose útil para servir a los demás. El INTEC sabrá llenar este cometido. De eso ya ha dado muestras y ese es su principal objetivo”.

El compromiso social destacado por Latorre aparece también reflejado en las palabras sabias del Rector Rafael Marion-Landais, quien al cumplirse nuestro primer decenio se refiere a INTEC en los siguientes términos: “El instituto puede sentirse satisfecho de los logros alcanzados al iniciar sus labores. Ampliarlos y subsanar las limitaciones es tarea de los años por venir. El INTEC se debe a la sociedad. Por ella está dispuesto a la generosidad y a la laboriosidad hasta que sea una sociedad engalanada con sus mejores prendas”.

La confianza en sí misma y en sus posibilidades es también un rasgo permanente. Esa confianza permitía que, a mediados de los ochenta, nuestro Rector Rafael Toribio pudiera afirmar que el INTEC “tiene una concepción clara de lo que es como institución de educación superior, de cuales son sus objetivos y cuales son los medios y formas de obtenerlos. Y teniendo una concepción clara de lo que es, lo que debe hacer y cómo debe hacerlo, tiene que lograr que en todas y cada una de las actividades que realice estén presentes sus principios y valores”.

Esta breve exaltación del espíritu de INTEC no estaría completa sin recordar también las palabras del Rector Rafael Corominas, quien destacó alguna vez que el futuro de INTEC era un variable controlada por los propios intecianos, las palabras de la Rectora Altagracia López, quien en su discurso de Juramentación destacaba la forma en que la filosofía y mística de INTEC habían transformado su estilo de vida, y las palabras del Rector Miguel Escala, quien señala que “INTEC ha demostrado que se pueden construir sueños y hacer lo inédito viable en contraposición a tradicionales pensadores pesimistas, que prefieren aceptar las debilidades como componentes endémicos e incurables de nuestra cultura”.

En todas esas voces visionarias se avizoran claramente los rasgos que han definido, definen y deberán seguir definiendo a esta universidad: el compromiso con la sociedad, la valoración de la innovación y la capacidad de repensarse a si mismo frente a realidades cambiantes. Son esos atributos los que, en conjunto, nos hacen ser lo que somos y nos convierten en una organización no solo deseable, sino más bien indispensable para esta sociedad.

Por tal razón, aspiro a que la celebración de este acto sea, no a pesar de su sencillez sino precisamente gracias a ella, una fuente de inspiración para continuar una tarea todavía inconclusa: convertir a INTEC en una universidad modelo, nacional e internacionalmente, como forma de contribuir a mejorar las condiciones de vida de los dominicanos y las dominicanas. Cuarenta años de historia permiten afirmar con confianza que esta comunidad educativa, de la cual cada uno de ustedes forma parte en alguna manera, cuenta con capacidades intelectuales y morales difíciles de encontrar y que, a pesar de nuestras imperfecciones y gracias a nuestras incontables virtudes, somos un ejemplo de excelencia para la educación dominicana.